Cuando hablamos de inclusión financiera en Chile sonreímos con satisfacción. El país es líder en esta materia y el 97% de la población adulta chilena tiene algún producto financiero. De inmediato, se nos viene a la mente el poderoso efecto en la bancarización de la CuentaRut o las billeteras digitales.
Sin embargo, la sonrisa desaparece cuando hablamos de inclusión financiera y seguros.
Es que nuestro país está subasegurado.
Al igual que el resto de Latinoamérica.
Nuestra región está debajo del promedio mundial y los principales referentes. Y aunque Chile se encuentra sobre la media, lo hace con apenas un 4% de penetración.
En América Latina, los seguros son el pariente olvidado de la inclusión financiera pese a ser el instrumento de protección por excelencia para las personas.
A través de la mutualización de los riesgos y la compensación de las pérdidas, estos servicios cumplen una función social clave: superar los problemas o eventos que (a lo largo de la vida) afectan el patrimonio o la capacidad de las personas para generar renta a futuro.
Por lo tanto, acceder a estos productos marca una gran diferencia entre lograr la movilidad social o permanecer en condiciones de vulnerabilidad.
O sea, inclusión financiera en estado puro.
Es fundamental que los grupos de menores ingresos puedan acceder a productos que les permitan proteger su vida, salud y patrimonio.
No solo por una cuestión de justicia, sino también porque la inclusión puede ser un buen negocio.
Pero hoy existen barreras tanto en la demanda como en la oferta de seguros.
Por el lado de la demanda, el principal problema son las bajas rentas: si las lucas no alcanzan para cubrir las necesidades básicas, difícilmente alguien podrá pagar las primas.
La poca educación financiera también es un obstáculo, porque pocos entienden los beneficios de estar asegurado.
En el caso de la oferta, las trabas provienen de varias fuentes:
Pero hay otra barrera fundamental. Y es que el mercado asegurador no es fácil de entender. Generalmente, necesitas un asesor para comprender bien lo que contratas. Los seguros tienen letra chica y las personas, naturalmente, desconfían.
Por lo mismo, se debe avanzar en establecer un nuevo pacto o contrato de confianza, como ya lo hizo la banca con la CAE (carga anual equivalente), que permitió a las personas comparar de manera fácil y clara distintos productos financieros.
Uno de los instrumentos más asociados a la inclusión financiera y que tienen muy poco desarrollo en el continente son los microseguros. Estos productos se dirigen a poblaciones de bajos ingresos y están dentro de los denominados seguros inclusivos, destinados a grupos excluidos o insuficientemente atendidos.
En este público objetivo no solo encontramos a personas de bajos ingresos, sino también a pequeños comerciantes, agricultores e, incluso, empresas o emprendimientos más vulnerables frente a un trauma o gasto imprevisto.
Los microseguros ofrecen protección con primas menores que los seguros tradicionales, más acorde a la realidad económica de estos grupos. Sus coberturas están relacionadas a riesgos de alto impacto, pero baja frecuencia. Y sus contratos se caracterizan por ser más breves, simples y flexibles.
Pese a que los microseguros no suelen formar parte de los modelos de negocios tradicionales, su desarrollo ha aumentado al alero de políticas públicas enfocadas en potenciar el acceso de nuevos segmentos de la población y el profundo impacto de la tecnología.
En Chile, BancoEstado los ofrece asociados a sus productos financieros dirigidos a segmentos socioeconómicos más vulnerables. El Estado también apoya a los agricultores para que accedan a pólizas que los protejan de los riesgos climáticos.
Sin embargo, su desarrollo está aún en pañales.
En África o Asia, en cambio, existen hace años y hay casos que, incluso, cubren accidentes por subirte a un taxi o hacer bungee. Comenzaron siendo ofrecidos por organizaciones no gubernamentales, pero hoy las grandes aseguradoras las tienen en su oferta. Incluso, hay telcos como Tigo y Safaricom que están en el negocio, aprovechando su red móvil para venderlos.
Los seguros paramétricos también aparecen como una opción relevante cuando hablamos de inclusión financiera.
En esta modalidad no tradicional, las indemnizaciones se pagan cuando se cumplen los parámetros establecidos en la póliza sin constatar daños directos.
Como no hay constatación del daño, estos seguros son más baratos.
Son útiles, por ejemplo, para los agricultores que pueden ser indemnizados cuando parámetros como temperaturas, precipitaciones, vientos o caudales de ríos, entre otros, superen lo establecido en el contrato. Incluso, si no hay cosechas comprometidas.
En áreas específicas como los seguros automotrices, también hay experiencias innovadoras de inclusión financiera. Cuando necesitas una póliza de este tipo, la evaluación que te hacen es bien general: edad, tipo de auto o ciudad donde vives. Pero esa información no dice nada de tus hábitos como conductor.
Por eso, se desarrollaron los seguros por uso.
Utilizando sensores, el asegurador mide cómo manejas, cuántos kilómetros recorres y dónde lo haces. Con esa información, calcula las condiciones del seguro. Si manejas mejor o menos, tendrás una prima más baja.
Esa experiencia se puede extrapolar a otras áreas. En Estados Unidos, por ejemplo, desde hace algún tiempo existen seguros dentales que ocupan cepillos de dientes especiales para analizar las condiciones de tu dentadura y tus hábitos de higiene con el objetivo de calcular la póliza.
Así, la proliferación de los datos, el internet de las cosas y la posibilidad de compartir información en redes sociales están permitiendo desarrollar seguros más personalizados. Todo indica que estos seguros a la medida no solo serán clave para la inclusión financiera, sino que son el futuro de esta industria.
Hasta hace algún tiempo, la crítica a estos tipos de instrumentos se concentraba en sus altos costos, bajas rentabilidades para las aseguradoras y compleja distribución.
Eso cambió con los procesos de transformación tecnológica que está viviendo el sector. El aumento de la conectividad –especialmente móvil–, la información y la capacidad de analizar los datos de los clientes y la competencia han impactado en la digitalización de la industria aseguradora.
Esto ha traído varios beneficios para el desarrollo de nuevos productos:
En lo administrativo, la automatización de procesos internos permite bajar costos y, en un escenario de competencia, ofrecer seguros más económicos.
A esto se suma la modernización de los canales remotos entre 2020 y 2021 cuando las empresas limitaron al mínimo la atención presencial como respuesta a la emergencia sanitaria por el covid-19. Esto le dio impulso a nuevas formas de distribución y ventas.
Considerando todo este escenario, las insurtech aparecen mejor paradas frente a los desafíos del futuro.
Estas empresas, que son verdaderas empresas de software especializadas en seguros, parten con ventaja a la hora de lidiar con la digitalización. Tal como sucedió con la arremetida fintech en la banca o de la logística de última milla en el retail.
De hecho, las insurtech conforman uno de los sectores más dinámicos del ecosistema fintech, con un crecimiento de 63% entre 2019 y 2021, según la CMF.
Su enfoque es diverso. Algunas se concentran en la distribución y venta de seguros en línea. Otras, en el desarrollo de plataformas para la gestión de procesos de las aseguradoras tradicionales. También existen startups que están apoyando — en una relación de outsourcing — a las compañías de seguros en telemetría o liquidación de siniestros.
Sin embargo, hay otro grupo de insurtech que están avanzando hacia un creciente grado de personalización.
Ellas pueden jugar un papel clave en la inclusión financiera y hacer que crezca el mercado asegurador.
Un ejemplo son los seguros automotrices en los que el cliente paga de acuerdo a los kilómetros conducidos. En el caso de Jooycar, el 25% de los clientes de la cartera de seguros por uso nunca había tenido un seguro automotriz.
Considerando que solo hay 12 insurtech según datos de la CMF de 2021 y solo un puñado de ellas está ofreciendo productos financieros directamente al público general, hay un montón de espacio para crecer en esta línea.
Y los cambios que vienen en la regulación pueden traer sorpresas.
El proyecto de Ley de Innovación Financiera o Ley Fintech que está en el Congreso plantea nuevas oportunidades para la inclusión financiera.
Hoy, no existe una legislación específica para los seguros inclusivos y los microseguros.
Y el proyecto contempla varias aristas relacionadas al mercado asegurador.
A diferencia del mercado de valores, no cambia qué actores son supervisados y regulados por la CMF. Tampoco flexibiliza los requisitos de registro de las compañías de seguros y los corredores.
Sin embargo, otorga más flexibilidad a los canales de distribución y la estructura de costos, ya que elimina la exigencia de oficinas y deja en manos de la comisión la definición de mecanismos, estándares y canales digitales mínimos para atender clientes.
La emergencia sanitaria demostró que sí se puede entregar una adecuada atención a través de medios remotos y la ley recoge esta experiencia.
El proyecto también contempla explícitamente la posibilidad de desarrollar seguros paramétricos, flexibilizando la regulación en formalidades, canales de distribución y procesos de liquidación de siniestros.
La futura ley, además, refuerza los resguardos a los clientes y obliga a las empresas supervisadas por la CMF a adoptar políticas, procedimientos y controles para evitar que se ofrezcan productos que no respondan a las necesidades, expectativas y disposición al riesgo de los clientes.
En una industria que protege la salud, la vida y el patrimonio de las personas, esto es súper relevante. Con más inclusión financiera, más gente tendrá por primera vez un seguro. Es importante que estén protegidos y puedan distinguir a los chantas de los serios.
El auge de las insurtech, los avances tecnológicos en distribución y la nueva Ley de Innovación Financiera desafían a las grandes compañías a jugar un papel en los negocios que surjan con la inclusión financiera y los clientes que se sumarán al mercado asegurador.
Una alternativa es que ignoren el nuevo escenario. Sin embargo, esta opción no ha traído buenos dividendos. Los bancos, por ejemplo, se olvidaron de grandes segmentos que, después, fueron atendidos por fintech que hoy la están rompiendo en inversiones, billeteras digitales, medios de pago y otros servicios.
Otra alternativa es que las aseguradoras compitan con los nuevos actores. Los incumbentes no están mal parados si optan por este camino, aunque todavía deben avanzar.
¿Qué hay en contra? En la industria, reconocen que la cultura aún es ultraconservadora y que sigue costando mover proyectos de transformación digital.
Un tercer escenario es de colaboración.
Algunas insurtech harán corretaje de seguros de grandes empresas.
Un segundo grupo, derechamente, pertenecerá a grandes consorcios. Es el caso de Klare que tiene como inversionista a Banco Santander que, a su vez, vendió el 51% de sus operaciones en seguros a Zurich en 2011.
Un tercer grupo creará plataformas y sistemas para empresas tradicionales.
Y otras desarrollarán productos en alianzas, como la de Jooycar y Sura para el seguro automotriz por kilómetro.
¿Cómo jugarán los actores tradicionales en este nuevo escenario? Es una incógnita.
Con un 4% de penetración, el mercado de los seguros en Chile es un campo abierto y subdesarrollado. En los próximos meses, se despejarán las dudas de la ley fintech y veremos cómo convivirá con otras normas.
De lo que no hay duda es que, en estos tiempos de emergencia sanitaria y de incertidumbre, la gente necesita estar protegida. Y para eso están los seguros.
Gracias a la tecnología y a la innovación, segmentos que antes eran marginados por el sector financiero hoy representan una gran oportunidad. Busquemos soluciones con foco en los clientes en www.continuumhq.com o escríbenos a hola@continuumhq.com
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