La paradoja de las transferencias en Chile: Cuando los incentivos priman sobre la experiencia

Ricardo Alfaro Ricardo Alfaro

De chico, soñaba con diseñar carátulas de discos. Por eso me encanta la música en formato físico, en especial los vinilos, que llevo más de una década coleccionando. Un formato que, a todas luces, debería estar obsoleto: es poco práctico, ocupa espacio, el acetato es resistente pero delicado, los tornamesas son caros y para nada portátiles.Sólo suenan increíbles si te gastas la vida en un setup de alta fidelidad. Nada puede ser peor. Pero aun así sigo comprando discos. Tal como muchos otros melómanos en el mundo. Esa es la razón por la que, como el ave fénix, el vinilo revivió con fuerza y su mercado sigue creciendo año tras año.

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Imagen creada con IA

El sábado pasado, en una feria, me compré un par de discos. El vendedor tenía el famoso letrero: solo efectivo o transferencia. Y como yo nunca tengo efectivo, no me quedó otra que sacar el celular, abrir la app del banco, agregar destinatario, escribir todos sus datos y hacerle la transferencia al compadre.

No creo ser el único que detesta ese proceso. Pero si no hay máquina para tarjetas, no queda otra. Igual hice el intento de preguntarle si acaso tenía Mach, Tenpo o algo por el estilo. Claro, tampoco era la mejor opción, porque habría tenido que cargar saldo, pero de verdad me carga transferir. Al menos, de la forma en que se hace hoy.

Y he ahí la paradoja. Tal como pasa con los vinilos —que a esta altura de los tiempos nadie debería fabricar si tenemos Spotify en el celular y música disponible en todas partes—, las transferencias en Chile siguen creciendo sin parar, a pesar de ser engorrosas y de que nadie parece estar muy preocupado de mejorarles la experiencia de usuario.

 

Qué dicen los números

En el reciente Informe de Sistemas de Pago 2025 del Banco Central hay una imagen clave. En número de transacciones, la tarjeta de débito es reina absoluta: superó incluso al efectivo como el medio más usado por los chilenos. Gracias a la Cuenta RUT que puso en la mano de millones de chilenos una tarjeta de débito y sentó las bases para que casi 20 años después estemos frente a este escenario. Luego vino la competencia en la adquirencia, gracias al modelo de cuatro partes, lo que ha multiplicado el enrolamiento de comercios que reciben pagos con tarjetas.

Informe de Sistemas de Pago 2025, Banco Central del Chile. Evolución de transacciones digitales.

Fuente: Informe de Sistemas de Pago 2025, Banco Central del Chile

Sin embargo, son las transferencias electrónicas (TEF), que explican el 65% del valor total de los pagos digitales. Cada chileno mayor de 15 años realiza en promedio 374 pagos digitales al año, y aunque la mayoría son con tarjeta, cuando se trata de montos más altos, la transferencia sigue siendo el camino elegido.

Lo paradójico es que sea el medio más engorroso en experiencia y en contraposición el más relevante en volumen.

 

Sapeando a los vecinos

Si miramos al otro lado del muro de nuestros vecinos, vemos que en Brasil, el Banco Central lanzó Pix en 2020: una transferencia instantánea, gratuita e interoperable que funciona con celular, QR o alias. En muy poco tiempo se convirtió en el método de pago más usado. En 2025 incorporó funciones como Pix Automático (pagos recurrentes) y Pix Parcelado (compras en cuotas con abono inmediato al comercio). Su éxito se explica porque apareció en un sistema donde antes no había una solución masiva y barata para el día a día, capaz de impactar por igual a personas, comercio informal y minorista establecido.

 

persona en la playa escanenando QR para comprar un choclo en la playa.

Imagen propia editada con IA

En Perú, la historia es similar. Las tarjetas nunca lograron gran popularidad, sobre todo en pagos chicos y un amplio comercio informal. Ese vacío lo llenaron Yape y Plin, billeteras digitales creadas por los propios bancos emisores, que permiten pagar con el celular de manera simple. Desde 2023 son interoperables gracias a un decreto del Banco Central y hoy suman más de 25 millones de usuarios. Son la forma más común de pagar entre personas y están desplazando al efectivo en la calle, las ferias y el comercio chico.

En ambos casos, la clave fue la misma: llenar un espacio vacío. Pix se instaló donde no había un riel universal. Yape y Plin crecieron donde las tarjetas nunca lograron masificarse. Y lo mismo ha ocurrido en otros países de la región, donde las tarjetas no tienen la misma penetración ni popularidad que en Chile.

Aquí, en cambio, ese espacio lo ocupó el débito.

 

¿Nos hace falta un QR?

A ver, revisemos la historia reciente.

Han habido varios intentos de hacer de las transferencias un medio de pago más cómodo, pero ninguno logra consolidarse.

Fpay, Chek y Mach Comercios fueron algunos de ellos. Todos apostaron por un QR, pero dentro de ecosistemas cerrados. La falta de interoperabilidad fue siempre su gran muralla. Y no conversar con el resto del sistema es, en este negocio, una lápida inevitable.

Sobreviven Mercado Pago y Santander QR en sus máquinas Getnet, pero con una baja adopción, de nuevo por lo mismo: la nula interoperabilidad.

 

El caso RedPay

Distinto fue el caso de RedPay, lanzado por Redbanc junto a la fintech Junngla. Se trataba de una propuesta más ambiciosa: una plataforma de pagos digitales basada en códigos QR interoperable, que permitía a los comercios recibir dinero de forma instantánea y a los usuarios comprar sin necesidad de usar tarjetas físicas. Llegó a más de 130 mil negocios en todo Chile. Pero lamentablemente este año bajó la cortina.

 

Imagen RedPay creada por Chocale

Fuente: Chócale

La razón no fue tecnológica: funcionaba bien. El problema fueron los incentivos. No logró sumar a emisores —jugadores clave en esta cancha— y tampoco a suficientes comercios. Porque, seamos francos: ¿por qué un negocio iba a pagar comisión por recibir transferencias vía QR si la TEF P2P ya es gratis?

Al final, RedPay chocó contra la infranqueable realidad de un mercado donde el costo cero prima por sobre la experiencia.

El caso del QR de Onepay, la billetera de Transbank, tampoco cambia la lógica. No nació para competir con las transferencias, sino para reforzar el negocio de las tarjetas. Hoy ha logrado sumar hartos emisores justamente por eso: es un facilitador del mismo esquema. Y, aunque ahora llega tibiamente al comercio físico gracias a los nuevos equipos smart POS, sigue siendo un pago con tarjeta.

 

BancoEstado contraataca

Ahora es el turno de RutPay. Se trata de un modelo de pagos con QR basado en TEF intrabancarias. Ofrece fondos inmediatos y menores costos para el comercio que la aceptación de tarjetas.

Su potencial podría ser alto, considerando el alcance masivo del banco, sobre todo en el segmento pyme. Pero la limitación es clara: al ser intrabanco, solo funciona entre cuentas de BancoEstado. El propio Banco Central lo plantea sin rodeos: “el modelo podría tener un impacto mucho mayor si fuera interoperable con otras instituciones financieras”.

Por ahora, algunos grandes comercios se han adherido, atraídos por los costos, la inmediatez y la masividad de la Cuenta RUT. El desafío real será expandirlo al comercio pequeño y, sobre todo, perseguir la interoperabilidad. Si no, corre el riesgo de repetir la historia de soluciones anteriores: útiles en el margen, pero sin escala real.

 

Los incentivos son los que mandan

Al final del día, todo esto se resume en los incentivos. Y en ellos, la experiencia de usuario es postergada porque igual funciona.

Para el comercio, recibir transferencias directas es gratis y con abono inmediato. En ese escenario, cualquier alternativa que implique pagar comisión —aunque prometa una mejor experiencia de usuario— parte perdiendo.

Para los emisores, el cálculo es igual de claro. Cada pago con débito o prepago les deja ingresos por tasa de intercambio, aunque hoy sean más bajos. Con las transferencias interbancarias, en cambio, no ganan nada. Incluso pierden. Entonces ¿Por qué impulsar un rail que canibaliza su negocio?

Y para los usuarios, la paradoja es más evidente. Somos los que nos damos la lata de llenar datos cada vez que pagamos. Y aun así lo seguimos haciendo. No porque nos guste, sino porque bueno, es lo hay.

Y un último pelo a la sopa. Apple Pay está creciendo con fuerza en Chile. Casi todos los emisores bancarios ya están integrados, y empiezan a sumarse los de prepago, como Prex. La billetera de Apple ofrece una experiencia rápida, segura y elegante: dos clicks, faceID y listo. Lo mejor, puedes tokenizar tu tarjeta de débito, por ende el usas saldo propio, pero obviamente siempre sobre el riel de tarjeta. Frente a eso, cualquier intento de pago por transferencia via QR solo suena añejo.

Y así no más resulta está paradoja: las transferencias en Chile siguen creciendo sin parar, no porque sean simples o modernas como Pix en Brasil o Yape en Perú, sino porque el mercado ya decidió que los incentivos pesan más que la experiencia. Si a todos les funciona… bueno, que el usuario se la banque.

En conclusión. Mientras el regulador siga “recomendando” avanzar, pero no obligue a que exista interoperabilidad real —como sí ocurrió en Perú con Yape y Plin—, nada cambiará. Seguiremos perdiendo el tiempo llenando datos, poniendo claves y, en mi caso, acumulando vendedores de vinilos en mis destinatarios.

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