Han pasado 60 años desde el estreno de Los Supersónicos (The Jetsons, para los puristas) y muchas de sus predicciones, por más disparatadas que parecieran, se han cumplido.
En un episodio de la serie animada, Cometín (el menor de los Sónico) está decidido a faltar al colegio y apuesta por un viejo truco: hacerse el enfermo.
— Cometín: No me siento bien, mamá. Creo que me estoy enfermando con el virus Venus.
— Ultra: ¿Virus Venus? La semana pasada dijiste que eran paperas marcianas. Cualquier cosa con tal de no hacer esa prueba de cálculo espacial.
Lo que sigue podríamos decir que es la primera teleconsulta por videollamada de la que tenemos “registro”: la madre se comunica con un doctor, quien examina a través de una pantalla al pequeño paciente ¡Y se pone mascarilla para hacerlo! ¿El tratamiento? Un día completo en el colegio.
¡Qué adelantados!
Pero más allá de la ficción, hay que dejar claro que la telemedicina no es un concepto reciente que solo está vinculado a la globalización de las comunicaciones y la expansión de internet. La telemedicina tiene pasado, presente y también un futuro promisorio.
Porque si nos vamos a los libros de historia, las radiocomunicaciones jugaron un papel fundamental en las labores de asistencia de los soldados heridos… en la Primera Guerra Mundial.
Y en Chile también tenemos algo que decir.
La primera acción telemédica en Latinoamérica se realizó entre la Universidad de Buenos Aires y la de Santiago hace casi 150 años. El médico argentino Alberto Zinzani telegrafió un tratamiento para enfermedades infecciosas y otro para la viruela. Lo cuenta Alejandro Mauro, médico jefe del Departamento de Informática Biomédica de la Clínica Alemana, quien publicó un registro de la Revista Médica de Chile de 1873.
En la década de los 90, también se anotaron grandes avances. En 1993, facultativos del Hospital Clínico de la Universidad Católica lograron conectarse por fibra óptica con el Hospital Sótero del Río y, cinco años más tarde, un grupo de profesionales viajó a Francia para especializarse en telemedicina.
Pese a esto, no son pocos los que piensan que la telemedicina es un invento que surgió con el covid-19. Y si bien es cierto que la pandemia marcó un hito, ya venía creciendo con fuerza.
Entre 2010 y 2019, las publicaciones científicas sobre la materia pasaron de mil a cuatro mil anuales. Y si hablamos del período 2020–2021, las cifras se dispararon: llegaron a ocho mil por año.
En Chile, su objetivo inicial, establecido en el programa Nacional de Telesalud de 2017, fue brindar mayor cobertura y atención especializada a las personas más aisladas, asociándose casi exclusivamente a la superación de barreras geográficas.
Desde los primeros años, los niveles de satisfacción en las consultas por telemedicina fueron similares a las presenciales, especialmente, en la atención de pacientes crónicos, como diabéticos, hipertensos y con insuficiencia cardíaca.
Sin embargo, la telemedicina se instaló definitivamente en 2020. Con la pandemia de covid-19, cuando disminuyeron las atenciones presenciales de otras especialidades que no fueran respiratorias.
En un contexto de preocupación por el contagio, restricciones de movilidad y aforos limitados, la virtualidad ganó terreno, especialmente en el sector privado, dejando en claro sus tremendas potencialidades y perspectivas.
Así lo confirman las cifras de la Unidad de Generación de Estadísticas y Datos de la Superintendencia de Salud: “En marzo de 2020 el número de consultas vía remota llegaba a 1.883, pero el período contemplado entre marzo y octubre de 2020 acumuló 198.854 atenciones”.
En el sistema público, entre 2018–2022, se contabilizaron 433.195 atenciones de telemedicina en dermatología, diabetología, nefrología, geriatría y patología oral. También se realizaron 7.271 atenciones de telemedicina general en postas rurales, Eleam y Telecomité Oncológico; 714.585 teleinformes (575.314 en apoyo diagnóstico de retinopatía diabética y 119.868 informes de mamografías), junto con 1.357.203 atenciones por la emergencia sanitaria, a través del canal telefónico Salud Responde.
Actualmente, la telemedicina convive con la atención presencial y los proveedores de salud deberían esforzarse enérgicamente por aprovechar todo su potencial, incluso frente a la reducción de casos de covid-19.
Razones hay de sobra, pero las podemos agrupar en una palabra: bienestar. La telemedicina favorece a los pacientes, entregándoles mayor acceso a los mejores talentos de todo el mundo, menores tiempos de espera y una atención de alta calidad.
Porque al contrario de lo que mucha gente piensa, la telemedicina no es una imitación digital de la atención presencial.
Aunque ya existían datos a su favor, la pandemia derribó varios prejuicios sobre la telemedicina, especialmente los que hacían referencia a una calidad inferior en la atención.
En sus recomendaciones digitales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) plantea que es una herramienta segura y eficaz para evaluar casos clínicos, orientar el diagnóstico y tratar a los pacientes, permitiendo un rápido acceso y disponibilidad a recetas médicas, órdenes de exámenes y certificados médicos.
Además, puede evitar viajes innecesarios a urgencias, la policonsulta y también la falta de control de los enfermos crónicos al abordar las disparidades en la atención.
Gestionada de manera efectiva, la telemedicina apoya el seguimiento del ejercicio médico-paciente sin la necesidad de un encuentro presencial. Ya en 2009, el 20% de los pacientes con insuficiencia cardíaca tratados por telemedicina, redujo sus hospitalizaciones y consultas al servicio de urgencia por esa causa.
Cuando la telemedicina es el núcleo de la prestación de cuidados, se puede establecer una frecuencia de atenciones. Por ejemplo, para el tratamiento de úlceras por pie diabético, con 7 u 8 consultas mensuales se obtienen resultados similares e incluso mejores que con visitas presenciales. Además, una mejoría en la salud general de los pacientes implica menos complicaciones médicas e intervenciones quirúrgicas.
A pesar de los tremendos avances, persisten algunas limitaciones. La principal se da en aquellas especialidades con alta dependencia del examen físico y del uso de instrumentos, como la oftalmología y la otorrinolaringología.
Sin embargo, en especialidades como psiquiatría, dermatología, cardiología y diabetes, entre otras, las investigaciones han demostrado que sus resultados no son inferiores a las consultas presenciales.
Otra barrera es el acceso a internet. Incluso en países desarrollados el acceso a la red y a los dispositivos electrónicos para conectarse no supera el 80% de penetración, lo que limita la entrada a una parte importante de la población. A eso hay que sumar las dificultades con la conexión (especialmente al usar video) o con los proveedores.
Para algunos, el vínculo entre médico y paciente podría debilitarse con la práctica de la telemedicina. No obstante, esto puede superarse entrenando y capacitando al personal de salud en comunicación oral, escucha activa, contacto visual, explicaciones verbales y asesoramiento.
De esto se desprende que la adaptación a los servicios de telemedicina tiene que involucrar a toda la organización. Está en las organizaciones de salud y en el personal ofrecer una experiencia de atención virtual que se sienta más humana para incrementar los niveles de satisfacción actual referentes a teleconsultas.
La telemedicina puede (y debería) disminuir post pandemia, pero en ningún caso va a desaparecer, ya que es una excelente alternativa no solo para permitir la atención a distancia de aquellas personas que viven en los lugares más remotos, sino también para quienes necesiten a acceder a especialistas sin la necesidad, por ejemplo, de viajar a las capitales regionales o a Santiago.
También se puede mirar hacia afuera de nuestras fronteras. Con la telemedicina se abre un mercado mucho más amplio, ya que no existen mayores impedimentos para habilitar el servicio a otros países de Latinoamérica y el resto del mundo.
Otro punto fuerte de la telemedicina es su vínculo con los nativos digitales, quienes son mucho más receptivos a esta modalidad de atención.
Las tecnologías de la información aplicadas a la práctica clínica de la medicina representan uno de los grandes desafíos estratégicos de la salud pública y privada en el país.
Lo que hace algunas décadas asomaba como ficción hoy es una realidad que ha beneficiado a muchos usuarios. La telemedicina se ha convertido en una herramienta de gran utilidad, mostrando interesantes avances y proponiendo alternativas para superar problemas históricos, como las listas de espera.
Un ejemplo de buenas prácticas — en el sistema público — es el caso de Teletriage, un sistema de gestión remota de la demanda para el primer nivel de atención, basándose en la priorización por riesgo y necesidades de salud.
A través de un formulario en línea, los usuarios solicitan su atención — junto con toda la información necesaria — para que los equipos de Teletriage en cada Centro de Salud Familiar (Cesfam) respondan de la manera más eficaz según cada caso.
La tecnología fue implementada por el Servicio de Salud Metropolitano Sur (SSMS) en sus diez Cesfam. Hasta marzo de 2022, los equipos han respondido más de 202 mil solicitudes. El 62% de ellas se resolvieron antes de siete días, mientras que un 14% se resolvieron a distancia.
Actualmente es racional que tanto el sistema público como las empresas de salud potencien la telemedicina en sus prestaciones, aprovechando el dinamismo que provocó la pandemia, venciendo la resistencia al cambio y, así, lograr una mayor satisfacción y eficacia en sus atenciones.
Dejar de lado la telemedicina no solo implicaría desperdiciar una gran oportunidad de negocio, sino algo mucho más importante: la posibilidad de mejorar la salud y el bienestar de las personas.
En Continuum, nos preocupa el impacto de la tecnología y el diseño en la estrategia de las instituciones de salud. ¿Tienes un desafío en esta línea? Conversemos en hola@continuumhq.com