La admisión universitaria ha sufrido una metamorfosis radical en los últimos 20 años.
Por una parte, se ha dado una evolución natural, producto del cambio tecnológico. Y, por otra, ha habido eventos –como la pandemia– que han obligado a las universidades a ponerse al día de manera urgente.
Si a fines de la década de los 90 uno se matriculaba utilizando lápices y formularios, la experiencia hoy es totalmente virtual.
Esto ha traído muchas ventajas. En la actualidad, hay mucha más información sobre universidades y carreras, los procesos de admisión son mucho más breves y la experiencia universitaria se vive desde el momento mismo en el que el postulante busca dónde estudiar.
La transformación de las universidades no solo ha sido digital. Esencialmente, ha sido cultural. Por eso, quiero contarte en tres historias cómo las experiencias también se han transformado a lo largo de los años.
Tenía 11 años. Era 1990. Me acababan de operar de una apendicitis y, en esa época, había que quedarse hospitalizado una semana para recuperarse del post operatorio. En esa semana, nació mi vocación: “Yo quiero ser doctor”.
A finales de esa década, llegaba el momento de ser universitario, pero el bolsillo solo me permitió tentar suerte en las universidades nacionales.
Fueron procesos de admisión tediosos. Largos. Estresantes. La tecnología aún no había llegado a los procesos de matrícula. La digitalización daba sus primeros pasos y lo más ‘innovador’ era tener la huella digital escaneada en el carnet de postulante.
Se trataba de una experiencia en la que intervenían muchos actores, cada uno con sus propias trabas burocráticas.
A pesar de que todo era 100% presencial, no era satisfactorio. No tuve ni visitas guiadas, ni fácil acceso a las ofertas que las demás universidades brindaban. Las ferias vocacionales eran lo más cercano a una primera experiencia estudiantil y ya con eso podrías darte por bien servido.
Terminábamos tomando una decisión importante en un proceso eterno donde, además, escaseaba la buena información. En mi afán por seguir mi vocación, repetí esos procesos varias veces. Luego de cuatro intentos fallidos, intenté probar en una universidad que podía pagar.
Al final, egresé de otra carrera, pero esa ya es otra historia.
Sheyla tiene 17 años. A mediados de 2019, postuló a la carrera de Relaciones Internacionales en una universidad particular.
A diferencia de lo que me pasó a mí, el proceso de admisión le resultó sencillo.
El primer paso fue participar de una charla introductoria, a modo de desayuno, en la que profesores y alumnos compartieron sus experiencias y vivencias dentro del campus. Luego de esta pequeña muestra y de tomar la decisión de la carrera a seguir, empezó el proceso de admisión en sí.
En septiembre de ese mismo año, tuvo su primera entrevista personal: nervios y formalidad a flor de piel. Luego, el temido examen de conocimiento dividido en tres partes: lengua, matemática e inglés. Finalmente, a meses de terminar el año, Sheyla ya había ingresado a la universidad. Con ello, su satisfacción y realización personal alcanzaron el nivel más alto.
Llegó 2020 y las ansias la llevaban a contar las semanas que quedaban para el inicio de clases. Sin embargo (*spolier alert*), ya todos sabemos lo que pasó en marzo. La emoción del primer día se vio postergada una semana; luego dos y luego… nunca llegó. Sus planes, y los de la universidad, tuvieron que cambiar abruptamente. El COVID-19 llegó para redefinir el día a día y solo les quedó adaptarse.
La institución reaccionó en el camino. A ojos de Sheyla y los demás alumnos, la reacción parecía prevista. A dos semanas de iniciado el confinamiento, la casa de estudios ya tenía una plataforma de trabajo definida, pautas establecidas y políticas de control afinadas.
De hecho, su universidad decidió iniciar clases solo con algunos profesores mientras preparaba por más tiempo a aquellos que no estaban familiarizados con las plataformas y herramientas digitales. Los académicos y sus alumnos empezaron a salir a flote en medio de la incertidumbre y de esta nueva forma de aprender.
La universidad, además, decidió implementar becas para los alumnos cuyos padres se vieron afectados por la pandemia y entregar chips de internet a quienes tenían problemas de conectividad.
Paradójicamente, sin estar presentes, la comunicación se volvió más cercana y fluida. No solo entre alumnos y profesores, sino también entre alumnos y personal administrativo. Así se dieron los primeros pasos para una buena experiencia de los estudiantes.
Sin embargo, hubo problemas que no se pudieron evitar. Sheyla me comenta que, pese a los esfuerzos por reducir la deserción, el ciclo que empezó con 60 alumnos terminó con 40.
¿Qué podemos resaltar de lo contado por Sheyla? La universidad logró conectar con las necesidades del alumno. Y si se esperaba que la tecnología nos aleje de lo humano, sucedió lo contrario: La universidad reforzó su sentido de comunidad.
Ese proceso de inclusión, gracias a la tecnología, se ha transformado, -en plena pandemia-, en una pieza clave para que la experiencia del alumno influya en el prestigio y crecimiento de las universidades.
María Fe tiene 16 años. En plena pandemia, decidió postular a la carrera de Ciencias de la Comunicación. Navegó por internet y, entre la gran oferta de universidades a la que accedió, encontró la que se adecuaba a lo que andaba buscando.
No tuvo visitas guiadas.
No conoció el campus.
No visitó sus instalaciones.
No tuvo desayunos ni charlas en las que pudiera conocer las vivencias de los estudiantes o la experiencia de los profesores.
Sí tuvo una entrevista personal, pero virtual. Por pertenecer al tercio superior, solo debió evidenciar con documentos que esto era cierto. Lo hizo a través de un correo electrónico.
Un mes después, ya tenía la respuesta de la universidad confirmando su ingreso para 2021.
Hace cuatro semanas empezó un taller introductorio a la carrera, donde ya conoció a sus futuros compañeros y profesores. Todo ha sido virtual. Le mostraron las plataformas y metodología que utilizará y ya formó sus primeros grupos de trabajo.
Hoy, está feliz con la experiencia.
La tecnología ha permitido que las universidades se comprometan desde el primer día con los estudiantes. Ni siquiera es necesario que los futuros alumnos vayan a las instalaciones para que ya estén viviendo la experiencia universitaria.
Si algo positivo debemos sacar del COVID-19, es que nos ha mostrado lo adaptables que podemos ser, incluyendo a las instituciones de educación superior.
Esto trae desafíos.
Si las universidades siguen pensando que su portal web debe ser meramente informativo y no enfocarse en brindar una experiencia positiva desde el primer clic, perder futuros estudiantes está garantizado. Una plataforma diseñada y pensada para el postulante es el primer escalón de un largo camino que asegura una experiencia eficaz. Es la historia de María Fe. Ella encontró todo lo que necesitaba sin necesidad de conocer en vivo y en directo el lugar donde pasará los próximos cinco años de su vida.
También trae retos para los profesores. Ellos son la piedra angular de la nueva experiencia que viven los estudiantes.
Si las universidades no cuentan con un plan de capacitación adecuado, que ajuste las experiencias y conocimientos tecnológicos de cada uno de los académicos a las cambiantes circunstancias actuales, solo estaremos generando una gran bola de nieve que terminará perjudicando la experiencia del alumno, aumentando la deserción.
Un estudio realizado en nueve universidades de Latinoamérica durante la pandemia nos muestra que solo la cuarta parte de los profesores se considera preparado para incluir tecnologías digitales en sus salas de clase.
Esta es una señal de alerta y un recordatorio de lo que aún nos falta desarrollar.
Es momento de implementar estrategias de transformación efectivas y, en Continuum, estamos diseñando la transformación digital de varias universidades.
Ser consciente del valor que aporta la experiencia de un docente –independientemente de los pocos conocimientos técnicos en el uso de herramientas digitales– es vital, pues refleja el interés por anteponer la calidad educativa. Calidad que debe complementarse con conocimientos en las plataformas y metodologías que marcarán la nueva experiencia universitaria.
Si lideras o eres parte de un equipo que enfrenta la transformación digital en educación, en Continuum estaremos felices de colaborar contigo para cambiar la educación en nuestro continente, aportando desde la estrategia, la tecnología y el diseño. Escríbenos a hola@continuumhq.com y conversemos
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