Parece contradictorio, pero la información de salud tiene dos aspectos clave: por una parte es confidencial, pero al mismo tiempo necesita ser compartida para que el paciente reciba una atención oportuna y de calidad.
Esta paradoja es la base de uno de los grandes problemas que existen en los sistemas de información de las instituciones de salud. En la mayoría de las instituciones, estos sistemas actúan como silos: los datos están contenidos en un ‘lugar’, pero no se transmiten hacia otros sistemas (dentro de la misma institución) o hacia otras instituciones.
La emergencia sanitaria por el covid-19 demostró el poder y el alcance de la salud digital. No está de más decirlo: un adecuado uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en salud (TICs) representa una excelente oportunidad para mejorar la calidad en la atención y aumentar la eficiencia de los procesos clínicos. El impulso que tomó la telemedicina es un claro ejemplo de este potencial.
Sin embargo, para seguir avanzando es necesario profundizar…
Perdón, la palabra que quiero usar no es profundizar, es derribar.
Derribar el paradigma actual de los sistemas de salud basados en islas para migrar hacia uno de redes integradas
Y para eso es necesario interoperar.
La interoperabilidad es la capacidad que tienen distintos sistemas de conectarse y, posteriormente, intercambiar información. Tal como lo hace un correo electrónico que ‘viaja’ desde una computadora a otra.
En salud, la interoperabilidad se refiere al acceso, la integración y al uso oportuno y seguro de los datos electrónicos de los pacientes.
En términos simples, permite contar con más información al momento de la atención, integrando datos de un solo paciente — desde distintas fuentes — para que estén disponibles al momento de tomar una decisión. Esto mejora la calidad de atención y sitúa al paciente en el centro.
Por el contrario, la falta de interoperabilidad lleva a una comprensión incompleta de las necesidades de salud, lo que se traduce en resultados deficientes tanto en las personas como en las poblaciones, y también en el aumento de los costos.
La oportunidad está.
Actualmente, Chile ocupa uno de los primeros lugares en América Latina en madurez tecnológica para acelerar la interoperabilidad de sus sistemas de salud.
Entre sus fortalezas destacan el desarrollo del proyecto de Historia Clínica Compartida, la existencia de entidades de apoyo como el Centro Nacional de Sistemas de Información en Salud (CENS) y oportunidades como el intercambio de información entre entidades públicas y privadas, además del impulso al Hospital Digital.
El consenso está.
Los actores del sistema de salud (hospitales, clínicas, prestadores, aseguradores y reguladores) coinciden en los beneficios de la interoperabilidad. Y también en el potencial para reducir la brecha con los países desarrollados.
Sin embargo, también concuerdan en la necesidad de diseñar y regular los sistemas para intercambiar información. Es necesario superar estos tres grandes retos:
Para avanzar en la interoperabilidad no solo es necesario que los médicos y los profesionales del mundo de la salud vean el valor de contar con más información y que esta se encuentre disponible de forma integrada. Tampoco basta con que los pacientes se vayan empoderando y ‘tomen el control’ de su información.
Nada de esto alcanza si no se puede convencer a los tomadores de decisiones — gobierno, parlamento, etcétera — de avanzar (e invertir) con políticas públicas en una estrategia de interoperabilidad.
“El primer paso siempre es tener voluntad política. Si no hay voluntad política, nada va a funcionar”, dijo el presidente del directorio de HL7 Chile, César Galindo, en un foro de salud digital.
Y tiene toda la razón.
Con voluntad política nos referimos a tomarle el peso a la transformación digital y al deber que tiene el Estado de impulsar una política pública que va a impactar sí o sí en la calidad de la salud de la población. Ahí está la clave.
Otro aspecto determinante es la regulación.
Porque para implementar exitosamente la interoperabilidad es necesario tener reglas y normas claras. Y estamos atrasados.
Solo un ejemplo. En Chile, la telemedicina no está regulada por una ley específica aunque hay un proyecto tramitándose en el parlamento. Lo que existe es una serie de normas dictadas antes y durante la emergencia sanitaria por el covid-19:
Entre los requisitos a los centros de salud están la exigencia de utilizar tecnologías y plataformas certificadas para validar la calidad de la atención por teleconsulta. Y por calidad se refiere no solo al aspecto clínico, sino también al resguardo de la seguridad en las conexiones, al manejo de los datos sensibles y a la ficha clínica. La evaluación de los softwares utilizados para la teleconsulta quedó a cargo de dos instituciones: Fonasa y el CENS.
Más allá de estas normativas impulsadas (o improvisadas) bajo la presión de la contingencia, existe la necesidad de avanzar en un marco regulatorio que contemple la participación de todos los actores: los expertos, el gobierno, el poder legislativo, los prestadores, la academia y, por supuesto, la experiencia de las personas que reciben las atenciones de salud.
Para interoperar es necesario estandarizar. Si cada institución (pública o privada) se maneja bajo sus propias reglas, la integración es una quimera.
Pero los estándares ya están. No necesitamos unos nuevos. Lo que debemos hacer es conocerlos y aplicarlos.
En el estudio Estándares de interoperabilidad en salud: recomendaciones técnicas se describen los distintos niveles de interoperabilidad:
Cada nivel o dimensión se puede garantizar con el uso de estándares explícitamente diseñados para ese propósito.
Para establecer un marco de interoperabilidad se deben definir criterios comunes mediante el uso de estándares internacionales como Health Level Seven (HL7) o Digital Imaging and Communications in Medicine (Diccom), con el fin de solucionar los problemas clínicos identificados por los usuarios.
Organizaciones como Integrating the Healthcare Enterprise (IHE) o Continua Alliance son las que definen estos marcos. Los estándares más utilizados son de la familia de HL7, siendo HL7 v2 y HL7 FHIR los más destacados a nivel mundial.
Lo importante es entender el concepto y la elección de esos estándares. Parece simple, pero no lo es.
Muchas veces los estándares suelen utilizarse de manera incorrecta y se adaptan a las realidades locales de cada organización sin considerar las recomendaciones del mismo estándar. Esto convierte a las integraciones en problemas ramificados.
Desde el punto de vista tecnológico, el uso correcto de los estándares garantiza el intercambio de información de manera oportuna, entregando los beneficios que la organización requiere y contribuyendo a mejorar la atención de los pacientes.
Nada de esto puede funcionar sin un habilitante fundamental: las personas.
Para la implementación de la interoperabilidad es necesaria una transformación cultural. Y necesitamos capital humano capacitado para llevarla a cabo.
Chile ha tenido un crecimiento sostenido de profesionales de salud (5,2 médicos por cada mil personas en 2018) según el Banco Mundial.
Sin embargo, otorgar prestaciones clínicas a través de las TIC requiere nuevos conocimientos, habilidades y competencias.
Tal como se plantea en la recientemente lanzada Propuesta colaborativa para impulsar la telemedicina en Chile, a la fecha no existe certeza del grado de preparación que los técnicos y profesionales tienen en salud digital y tampoco el porcentaje de ellos que tiene este conocimiento.
Y con conocimiento no me refiero solo a los estándares, sino también a las implicancias éticas, legales y de responsabilidad que conllevan las nuevas formas de atención junto con el manejo de la información y los datos del paciente.
¿Cómo podemos avanzar en la formación de capital humano?
Una gran oportunidad es incorporar estos elementos en la formación, tanto de pregrado como de postgrado.
Y no estamos hablando solo de las carreras del mundo de la salud, sino también de la ingeniería y también de otras que deben interactuar en la generación de los marcos de interoperabilidad. Por ejemplo, los abogados que se especialicen en legislación sanitaria.
Actualmente, existen algunas iniciativas de este ámbito en universidades y centros de formación técnica. Sin embargo, es algo todavía muy incipiente.
Todo esto debe ir de la mano con la alfabetización digital de las personas. Los pacientes tienen que aprender a ocupar y a sacarle provecho a todas las herramientas que se están poniendo a su disposición.
No se trata solamente de aprender a ocupar un dispositivo para ‘acudir’ a una cita de telemedicina. Eso es lo básico y, en buena parte, depende del desarrollo del diseño de experiencia de usuario que está bien avanzado en Chile.
También hay que entender los derechos y deberes que implican estas nuevas formas de atención. Porque el respeto a la privacidad, el consentimiento informado, la protección de los datos y la responsabilidad médica en la atención no pueden quedar fuera de la ecuación.
La interoperabilidad podría reportar un ahorro de US$170 millones a Chile, según el CENS.
La cifra es una estimación local de un estudio de Harvard, que calcula que la interoperabilidad completa de los sistemas tiene un impacto del 5% en contención de costos para la salud de un país.
A su vez, tener la mitad de los hospitales públicos del país con un sistema sanitario interoperable en 2025 contribuiría a reducir el impacto de las listas de espera post pandemia, según el Movimiento Salud 2030 (una alianza para impulsar la transformación del sector en América Latina).
Los beneficios (para las personas, instituciones de salud y el país) están claros.
Es hora de ponerse manos a la obra, antes de que sea demasiado tarde.
En Continuum, nos preocupa el impacto de la tecnología y el diseño en la estrategia de las instituciones de salud. ¿Tienes un desafío en esta línea? Conversemos en hola@continuumhq.com